domingo, 11 de diciembre de 2022

Cartas

 




Giro la llave y la puerta se abre. El silencio y el polvo sobre las cosas me proporcionan un sentido de irrealidad. Es la primera vez que la sala me recibe sin la voz autoritaria, paradójicamente suave, de la amiga de mi madre. Me detiene, por un instante, el respeto; la casa es un templo que estoy a punto de profanar. Nunca antes me he enfrentado a esta situación y eso me genera una mezcla de tristeza e impotencia. Entiendo que hace ratos, familiares y amigos contemporáneos, incluida yo, también están a poca distancia de traspasar el umbral hacia lo inexorable. Sin embargo, el corazón me lleva a fantasear que aún falta para eso.

Tengo la misión de poner todo en orden. Sus hijos viven en el extranjero y no se sabe cuándo podrán venir. Debo poner manos a la obra... ¿Por dónde empezaré? ¿Por la cocina? ¿Las habitaciones? ¿La sala? Dónde sea, me llevará varios días. El reloj de pared se detuvo, como el ritmo de las habitaciones que parecen lamentar la ausencia de su dueña. Qué cantidad de adornos hay, cuántas cosas antiguas. ¡Por supuesto! Tenía tantos años viviendo sola... Tal vez, los estragos de la edad no le permitían salir de compra. O, quizás, había perdido el interés de andar renovando el mobiliario. Como quiera que sea, tendré que seleccionar lo que se puede vender, regalar o echar a la basura.

Paso a su habitación… Aún conserva su aroma. Acostumbraba estar “punta en blanco” y bien perfumada. Aunque nadie la visitara, salvo la enfermera y algún nieto que viniera a darle la vuelta. La amiga de mi madre rondaba los cien. No obstante, hacía gala de tan buena salud que se la pasaba visitando a sus hijos lejanos por temporadas. A su regreso, era frecuente oírle comentar:

—Allá lo tengo todo. Lo que me haga falta, no tengo más que pedirlo. Pero, ¡qué va, mijita! Yo prefiero vivir aquí porque no hay nada mejor que estar en mi propia casa.

La habitación es verla a ella. Todo en orden y conservado. Las sábanas están inmaculadas, como si el polvo hubiera decidido respetar ese santuario. Pareciera que la esperan para que, recostada sobre las almohadas, relea sus revistas de costura y repostería. Comienza la inspección. Cuánta ropa hay en el closet, cuántos perfumes… Y yo con la extraña sensación de que estoy violando su intimidad.

Por todas partes hay fotos: en las paredes, las mesitas y las gavetas. La vida familiar en blanco y negro o a color… Tropiezo con un grueso paquete, totalmente cosido. Mi obligación es abrirlo. Puede que sean documentos importantes. No, es un montón de cartas. Así serían de importantes para ella que quiso protegerlas de esa manera. Siento que no tengo derecho a leerlas, antes de consultarlo.

Me sugieren que las clasifique por remitente y las haga llegar a cada quien. Me pongo a la tarea y la curiosidad me vence. Mis ojos hacen el recorrido por unas líneas desbordadas de amor y de nostalgia. Los primeros tiempos de sus hijos en otras tierras no fueron fáciles. Supongo que tampoco para ella. Por fortuna, todo fue cambiando para bien.

La casa está limpia y ordenada. Tuve que botar tantas cosas, que no puedo deshacerme de un dejo de remordimiento. Porque lo que consideré que podía desecharse, formó parte de sus objetos preciados, elegidos con gusto y atesorados por afecto. Ahora, estas cartas…

“¿Qué vamos a hacer con ellas?” —me han dicho esta mañana—. “Rómpelas y bótalas”. Las tomo entre mis manos y las aprisiono contra el pecho, quizás, como hacía ella cuando terminaba de leerlas. No me corresponde destruirlas. Así que las dejaré en una gaveta para que sea otro quien se encargue de esa tarea.

Olga Cortez Barbera  

 

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jueves, 8 de diciembre de 2022

Galanteos

 




Memento mori.

No termina por decidirse. ¿De qué le sirve tantos galanteos? Hoy le daré un ultimátum. Basta de seguir jugando con nosotras.  A veces, así son los hombres: fluctuantes como las mareas. No me vengan con el cuento de que “las amo a las dos”. Para mí, eso no es posible. ¡Es ella, o yo! Me quiere para apartarse de las amarguras que colman sus días, ¡lo sé! Quizás él sea el único responsable de lo que le pasa, pero, prefiere hacerse el ciego y culpar al mundo entero. Si cayera en cuenta de eso, podría cambiarlo todo y volver a ser feliz con ella; algo que me fastidiaría porque quiero que ya sea mío.

Dice que desea venirse conmigo. ¡Cómo me gustaría! De repente, percibe que aún no ha dejado de amarla y con cualquier excusa, regresa y le pide perdón. ¡Idiota! Parece un oso detrás de la miel. Me indigno y, entonces, soy yo quien quiere alejarse de él. Sin embargo, sigo a su lado, al acecho de sus actos, esperando el momento en que se dé cuenta de lo tanto que me necesita para acabar con sus desdichas. Tal vez ella sea más bonita que yo, pero él argumenta que se ha vuelto tan insoportable que para qué la quiere. Está decidido a abandonarla. Debería aceptarlo de una vez. ¡Puedo darle el lecho que tanto anhela!

Yo no había reparado en él. Son tantos los que mueren por mis favores que el pobre no captaba mi atención. Cuando lo hizo, traté de ignorarlo. No sé qué cosas me transmitió, tal vez un destello de indecisión, que supuse me haría perder el tiempo. No obstante, frente a su insistencia, me dejé atrapar. No pasó mucho cuando lo pensó mejor y prefirió darle una oportunidad. Al fin y al cabo, no todo había sido malo. Ella le había brindado tantos buenos momentos que, al menos, le debía un poco de lealtad. Por fortuna, no me hice mucho lío y lo dejé tranquilo.

Seguí por mi camino y con mis ineludibles responsabilidades, hasta que él apareció de nuevo y con la misma cantaleta. Me dio por hacerme la incauta y volví a aceptar sus galanteos. Esta vez no se iba a burlar de mí. El hecho es que ahora era una cuestión de honor. Sabía quién era mi rival y no me iba a dejar apabullar por ella. “Todo tiene su final, vidita, y a ti te llegó el tuyo”, me dije. Lo envolví en la lujuria de mis ofrendas y cuando ya lo creía, definitivamente, rendido a mis pies, bastó que recordara lo que dejaba atrás para dejarme con los crespos hechos.

Hoy está aquí, otra vez, y me regocijo escuchándolo: que ya no puede más, que nada tiene sentido, que ella es una bicha mala que sólo lo genera sufrimiento, que si patatín, que si patatán... Yo, echada a su lado, voluptuosa y profunda, sólo observo. Como de costumbre, parece un tallo resquebrajado por la tormenta. En esta ocasión tomaré en serio su petición, por muy endeble que esta sea y los dioses no estén de acuerdo. Me cansé. No soy un confesor. Si aún la ama, no me importa. ¿Quién lo manda a andar buscando lo que no se le ha perdido? Además, ella no pude darse el tupé de tenerle para siempre. ¡Soy invencible! Sé que no es su hora; sin embargo, en esta ocasión, levantaré la guadaña y me lo llevaré.

Olga Cortez Barbera

   

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martes, 22 de noviembre de 2022

Epifanías

 




Más que las hermosas piernas y los botones en la blusa que, a duras penas, contenían la turgidez del busto, fue la fuerza magnética de la sonrisa lo que despertó mi deseo de conocerla. Pedí a Gustavo, un compañero de trabajo, que me presentara a Mariana. Sin dejar de sonreír, ella extendió su pequeña mano que se cruzó con la mía. En ese instante, tuve una revelación. Algo místico (aunque no creyera en esas tonterías) brotaba de sus dedos para enlazarlos, por siempre, a los míos. Desde entonces, aprovechaba cualquier momento para estar a su lado. Cuando no, las sanguijuelas de su recuerdo ocupaban mis pensamientos y extraían la capacidad para dormir. Sólo que no debía ser.

Del compañerismo pasamos a la amistad. Eso me permitió hablarle sobre mi esposa y mis hijas. A la vez, Mariana me confiaba los lastres de su vida pasada. Yo traté de contener todo lo que la virilidad pedía a gritos, a través de mis poses de gran amigo, quizás, de un buen hermano. Entre horas extras y una que otra cena en cualquier restaurant sin ostentaciones, pasaba el tiempo, hasta que tuve que tomar las semanas de ley para llevar a mi familia de vacaciones. Le di un abrazo de despedida que me hizo besarla con todas mis ganas. Mariana me miró sorprendida y guardó silencio. Salió de la oficina, sin más. Pude dejarlo así, pero, al otro día, a primera hora, la esperé a la entrada de la empresa:

—Disculpa lo de anoche, no fue mi intención. Además, sabes que soy un hombre casado; no puedo ofrecerte nada. Y tú mereces otro hombre que pueda darte lo que yo no —dije, mirándola a los ojos.

—No te preocupes. Ustedes son así de impulsivos —argumentó—. Cuando vuelvas, ni te acordarás.

—Entonces, de nada ha valido nuestra amistad para que, aunque sea un poco, me conozcas. Si me dieras la oportunidad de tener algo contigo, ten la seguridad de que, lo que siento por ti, sería para toda la vida. Ese es mi gran temor.

Está de más hablar de la longitud creciente de los días y mis deseos de regresar. Apenas desempacamos, di una excusa cualquiera para correr hacia ella. Al verme sonrió y supe que Mariana me esperaba. Sin embargo, tratamos de no atravesar las barreras que impedían amarnos con libertad. Ella dejó de trabajar horas extras y, con eso, acabó con nuestras gratas cenas. En vez de amansar el fuego, lo exacerbó. Sabiendo a lo que me exponía y que la placidez de mi existencia dejaba de respirar, un domingo fui a buscarla a su casa.

¿Cómo explicar lo que pasó? Sólo sé que me dejé ir por regiones desconocidas. Yo me había casado enamorado y amaba profundamente a mis hijas. No obstante, el mundo fuera de aquellas paredes dejó de existir. Me centré en la apasionada mujer que me acariciaba y en nuestras emociones, hasta que escuché su voz:

—Te estoy entregando mi alma.

 Sentí que, sin ella, mi vida ya no tendría sentido. Por eso, en contra de todos los planes que había forjado con mi esposa, los deseos de ver crecer a mis hijas y disfrutar, en su momento, de mis nietos y de una vejez tranquila con mi familia, me dejé arrastrar por la vorágine de sentimientos que me inspiraba Mariana. El hecho de que me divorciara para comenzar una nueva vida, no significaba que me desentendería de mis responsabilidades de padre. A los pocos meses, me decidí.

—Mi amor —respondió ella—, ¿cómo crees que podemos ser felices? Tus hijas son muy pequeñas. Además, no me gustaría cimentar una felicidad sobre el sufrimiento ajeno.

A regañadientes, entendí que tenía razón. ¿Cuánto me amaba Mariana, que era capaz de entregarme su vida, sin condiciones? Casi Todopoderoso, por ser el dueño de su amor, le prometí que, algún día, cuando las niñas crecieran, retomaríamos el tema. Sobre el carrusel de los años, algunas cosas cambiaron, sin que yo me diera cuenta. La doble vida que seguía haciéndome feliz, comenzó a asfixiar a Mariana. “Mi amor, vamos al cine, aunque sea a uno fuera de la ciudad”. “Mejor quedémonos en casa. ¿No te parece?”. Con mis hijas vueltas jóvenes, el temor me invadió y dejamos de salir a lugares públicos, no fuera que tropezáramos con ellas. Encerrados todo el tiempo, no era extraño que Mariana, en mi ausencia, buscara la manera de minimizar el hastío, sin sospechar que ese hastío podía convertirse en mi enemigo.

Vino disfrazado de Internet, que le permitió integrarse a grupos que compartían sus mismos intereses musicales. Empecé a sentir celos de sus chats con ellos. Más cuando la escuchaba hablar con entusiasmo de los buenos amigos que le parecían todos. Los odié porque disfrutaban del tiempo que yo no podía darle. Me llené de inseguridades que nunca había experimentado. Continuaba con los mismos sueños de hacer mi vida con ella… Todo era más difícil ahora. Los fantasmas de la infidelidad comenzaron a perturbar mis madrugadas. Frente a las dudas, ella me tranquilizaba diciendo que me seguía amando. ¿Hasta cuándo?  Hasta siempre porque yo estaba seguro de que era su dueño.

 —Amor —me comentó un día— ¿Sabes que Herminia, la directora del foro Musicales.com, me está invitando a ir a su país?

—Está loca. Ni siquiera la conoces personalmente para que te lances a esa aventura.

—Bueno, yo lo he meditado bastante y voy a ir. Quiero que me acompañes.

—Ahora la loca eres tú. ¿Qué excusas puedo dar en casa para perderme por… ¿Cuántos días?

—Pensaba quedarme unas tres semanas. SI vas conmigo, cuatro días.

—No puedo. Y si yo no voy, tú no vas.

—Lo siento. Compraré los boletos mañana.

La furia me encegueció:

—Seguramente, tienes un enamorado allá.

—No, pero, si encuentro alguno y me atrae, tú serás el responsable.

No entendí el mensaje. Traté por todos los medios de convencerla. Si me daba un tiempo, yo resolvería mi situación y podría acompañarla, en el futuro y por siempre. Nada la hizo reconsiderarlo; la decisión estaba tomada. Respiré profundo y dejé de preocuparme. Ella me amaba tanto que sería incapaz de traicionarme. A su vuelta, todo volvería a la normalidad.

Camino al aeropuerto, con un cielo que me llenaba de desazón, tropezamos con un derrumbe que interfería en la circulación de vehículos. La cola era tan larga que era imposible que llegáramos a tiempo. Así que perdería el avión y yo me sentiría muy feliz. Fue una alegría inútil porque, a los pocos minutos, despejaron la autopista. Antes de cruzar la puerta a la zona de embarque, se devolvió para abrazarme de nuevo. Me vio a los ojos con una luz nueva:

—Mi amor, lamento tanto que no vayas conmigo.

Se fue y con su pequeña mano dijo “Adiós”. Recordé sus palabras, su incondicional entrega y su infinita comprensión. La necesidad de salir del claustro; respirar otros aires. Sus negativas a vivir conmigo. En ese momento tuve la más triste de las epifanías. Mariana nunca me perteneció y el alma que me entregó, una noche de juveniles sueños y pasiones, se iba con ella.

Olga Cortez Barbera      

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jueves, 27 de octubre de 2022

El ronco murmullo de los árboles





Creo que nunca veré un poema tan hermoso como un árbol.

Joyce Kilmer


¿Qué quieren decirme los árboles

que murmuran frente al balcón?

¿Se acerca el crudo invierno?

¿Claudicarán los relojes de arena?

¿Los versos dejarán de tener voz?


Piel

 

De pronto,

dejaste de sostener mi vanidad.

Te contemplo y ya no presumes

de durazno tierno

o de suave seda.

 

Digo: de pronto…,

miento.

¿Hace cuánto comenzaste

a transitar los caminos de arena?

 

Eres la misma que refulgía

con las esferas colgantes de las discotecas,

bajo el resplandor de las luciérnagas

o con la humedad de las olas.

 

La misma que cabalgaba

sobre el ímpetu de otras pieles,

la que sorbía, ávida y sensual,

el néctar de otros poros,

los finitos almíbares del amor.


Ahora, que las aventuras de la vida

están dejando sus trazas, 

te acaricio como nunca antes

y, agradecida,

me dejo ir por el amable rumbo

de los recuerdos.

   

 Palabras

 

Festivas,

como el estallido de los jardines

bajo un sol primaveral

Cantarinas,

como las inagotables cascadas

de claros cabellos…

Románticas,

como las jóvenes que suspiran en las fuentes

al amparo de las estrellas…

Libres,

como las briznas sobre los cañaverales

o el vuelo de los pensamientos…

Cómplices,

como las musas que acarician

el alma de los poetas…

Mis palabras… ¿Cómo son?

Aún no las encuentro.

 

 Mar



El mar llama y yo obedezco...


Atrás quedan mis compañeros,

una piña colada a medio tomar

y el jolgorio de los loritos

que celebran el fin de sus andanzas

sobre las copas de las palmeras.

A esa hora sacra del atardecer,

sin música, bañistas y flotadores

el mar recupera su majestad.

 

Mar…

querido mar,

hermano mar,

confidente mar,

cesto de peces, naufragios y ensueños...

Deseo sorberlo con los ojos

y anegarme de mar, mar y mar.

 

La arena húmeda abraza mis pies

y el oleaje sosiega el alma;

los cangrejos, mínimos y confiados,

salen de sus cuevas

para disfrutar de la playa desierta.

Un pelícano, sobre el risco,

comparte el horizonte conmigo.

¿Dónde andará aquel amor

que nunca más volví a ver?

 

El rugido de un avión

rompe el canto de las olas.

¿De qué enigmáticas tierras viene?

¿Sobrevoló el Machu Picchu?

¿Las pirámides de Tikal?

¿La morada de los dioses

en la Gran Sabana?

En sus alas vienen los recuerdos:

los acordes de Al di là

en un café de Venecia,

las fotografías a las mariposas 

en las Cataratas de Iguazú, 

el romántico atardecer 

en el Fortín de Juan Griego.

 

El día sucumbe al cansancio

y el sol,

como una moneda de bronce,

se va hundiendo

en la línea del poniente.

La oscuridad crece…

El rumor de las olas…

El ritmo de mi respiración…

Mis profundos secretos…

En el vientre del Universo

solos el mar y yo

y el deseo peregrino de recorrer

los caminos de arrecifes de coral…

 

Una voz atraviesa el palmeral

y altera mi comunión

con la esencia marina;

trato de ignorarla,

el mar no quiere dejarme ir,

pero, me esperan.

Debo cortar el cordón umbilical

y volver.

 

 Pequeño

 

¡Ah, criatura frágil

a merced de tu sino!

Desde el pedestal de la arrogancia,

te observo con la certeza

de que puedo volverte nada

sin que lo notes.

Frente a ti, soy un Todopoderoso.

¡Eres tan pequeño!

Miro hacia las alturas

y se burlan las estrellas.

¿Pequeño?

¿Con respecto a qué?

En la infinitud del Cosmos,

¡cuán imperceptibles parecemos los dos!

Sin embargo,

los dioses nos agasajan

con el mismo soplo de vida,

nos une el mismo derecho

de disfrutar de nuestros tiempos.

En los respectivos mundos,

simplemente, somos.

No sé si me miras,

¿Importa?

Con suma delicadeza,

te tomaré entre mis dedos

para que continúes el camino,

con tu particular grandeza,

entre el follaje de las trinitarias.

 

 Pétalos

 

No permitas que te doblen el tallo

ni que te arranquen las espinas,

Eva,

María Magdalena,

Betsabé

o Juana,

cualquiera sea la malevolencia

de la lengua que te juzgue.

 

No dejes que te desvíen del camino

o intenten neutralizar tu brújula;

los pensamientos son aves sin fronteras

y sólo tú puedes ser

la timonel de tu albedrío.

La vida es un momentito,

un mar que debe ser cruzado

a favor de las corrientes.

Las tempestades…

Que sean las que te correspondan,

no al capricho de cualquiera.

 

¿Pretenden doblegarte el alma?

Sábete bendecida por el Universo;

es tu vientre el prodigio de la creación

el árbol que da vida a los hombres,

los mismos que toman las varas 

con las que pretenden medir

el diámetro de tus acciones,

las mismas que ellos ejercen

y celebran a voces.

 

No bajes la cerviz,

camina con la cara en alto

y al paso digno de tu grandeza.

Cruza tu destino, si así lo decides,

de la mano de tu compañero.

¡Jamás detrás de él!

No consientas que escriba tu historia;

abre tus pétalos de titanio

y afronta la vida,

como lo han hecho las mujeres

desde el inicio de los tiempos.

Y si, en el devenir de tu existencia,

el amor correspondido te lo pide,

escribe, entonces, tu historia junto a él.

 

 Árboles

 

La claridad se desvanece

en los tinteros de una noche

que comienza a esbozar

su romería de estrellas;

las hojas de los árboles

rasgan las cuerdas del viento

y la enronquecida melodía

transporta a viejos tiempos.

 

Asomada al balcón percibo

la mansa ida de los ecos diurnos

y los faroles parpadean

entre los follajes de ensueño;

yo, bajo la copa de la soledad

y entre las hojas de los recuerdos,

le pregunto a esos árboles,

cuánto de su fortaleza tuve.

 

Lavar los platos

 

Un día (quizás, muchos otros),

con el ánimo de palmera hueca,

dejas de analizar cuentas,

te apartas de la computadora

y vas por un café que te sabe a arena;

regresas al escritorio

y los colmillos de la rutina te trituran.

 

Tu mirada vuela

más allá de los ventanales;

evalúas tu presente,

lo que, entre informes y balances,

fuiste dejando en el camino.

Envidias a las nubes,

a las aves en las cornisas,

a los perros andarines,

a los transeúntes que, a esa hora,

cruzan la vida al aire libre y bajo el sol.

 

Suspiras.


Deseas abrir una ventana

y expandir tus pulmones, 

aun con la avenida contaminada

por las exhalaciones de los vehículos

En la jaula de concreto y cristal,

las ventanas no existen;

los aparatos de aire acondicionado

son la Némesis del aire libre.

 

Comienza la cuenta regresiva,

hacia la ansiada independencia,

te esperan la leche y la miel de la jubilación;

sueñas con que, al abrigo de los árboles

o en el sosiego de tu cuarto,

podrás releer las novelas que  te apasionaron

y disfrutar de las otras que atesoraste

para un futuro que imaginabas

una eternidad después.

 

Planificas tu nueva existencia

lejos de relojes y calendarios;

con el espíritu de un ave migratoria,

viajarás a los lugares remotos

que nutrieron tus ensueños.

En los pasadizos de tus planes,

en lo que te falta de camino,

no hay cabida para las rutinas hogareñas  

que nunca consideraste propias.

 

Llega el día, comienza la aventura

y se agrandan tus sonrisas,

hasta que la realidad clama:

¡Te toca lavar los platos!

Aunque sabes que es en vano, 

te da por protestar porque,

cuando crees que ya has terminado,

aparece una pila más;

porque se descascan las uñas,

porque se arruinan las manos,

porque se empapan los planes

de mujer grande sin adeudos.


De pronto, con su ovillo de bondad,

sus pasos lentos y su eterna abnegación,

Tu madre, sin pretenderlo, te desinfla:

“Deja, puedo seguir haciéndolo”.

La observas, como nunca antes ,

y te conmueve la flor en decadencia

que persiste en atenderte.

La sientas a un lado y comprendes

que es suficiente con su presencia. 

La dejas hablar, que te cuente su pasado

como si te lo contara por primera vez.

Comprendes que debes tomar la batuta

y aceptas, en silencio, tu nueva realidad.

El agua corre y se lleva la espuma,

lavar los platos toma otra dimensión.

 

 Amores

 

Entre jazmines y narcisos,

de exquisitos olores,

me la encontré un domingo

en el mercado de las flores.

 

Atravesaba los pasillos

con su porte singular,

arrebatando piropos

con su gracioso andar.

 

Mi corazón caprichoso

se enamoró de su mirada,

me dijo, en un susurro,

¡Yo quiero ser su almohada!

 

Como esas cosas raras,

que, a veces, brinda el destino,

bastaron mis dulces palabras,

pronto conmigo se vino.

 

Mi casa, plena de ausencias

por la carencia de amores,

rebosó con su presencia

mis mañanas, de colores.

 

Sin fotos en las paredes,

en la sala o el comedor,

ahora tengo algunas

donde salimos las dos.

 

La gente, que no entiende

las cosas que tiene el amor,

me critica entre dientes,

cuando paseamos al sol.

 

¡Vean cómo la abraza!

¡Observen cómo la mira!

Los ojos le están brillando

como luceros de niña.

 

¿Acaso no tiene espejos?

¿No se ve las arrugas?

Parece que la soledad

le hace perder la cordura.

 

Con los privilegios claros

que me concede la edad,

puedo pintar, como quiera,

el lienzo de mi soledad.


En las noches tranquilas 

yo la saturo de besos, 

ella me gruñe bajito, 

mientras muerde su hueso.

 

Qué me puede importar

que pueda causar rumores

aquella perrita sin dueño

del mercado de las flores.

  

Hojarasca

 

Hice míos del día gris,

el ronco murmullo de la arboleda,

la danza de las hojas sueltas

a merced de los caprichos del viento,

la complicidad de un banco,

nave sin brújula de mis desvaríos,

la intangibilidad de la nostalgia, 

la densidad de los recuerdos.

 

El viento silba…

Presagio de lluvia…

Por el parque corren los niños

con sus mochilas de ilusiones a cuesta;

se apresuran para llegar a la escuela.

Frente a esa vida que reverdece, 

¿por qué el alma se espesa

y la hora se vuelve incierta?

 

El aire se desmigaja

en la escarcha que precede al aguacero.

No intento escapar.

Al fin y al cabo,

¿hace cuánto tiempo

que llevo la lluvia dentro?

La soledad no decrece,

aunque la rodeen multitudes y conciertos.

 

El mundo de hoy toma distancia

del que conocieron mis años nuevos,

de una generación que despertaba

a la utopía de transformar el mundo,

entre consignas de amor y paz

y florecillas psicodélicas.

Los sueños de entonces naufragan

y yo trato de sobrevivir

entre las aguas de códigos ajenos.

 

Entretanto,

seguirán cambiando las cosas

a la marcha fiera de los acontecimientos;

yo seguiré andando, a pasos lentos,

entre las dudas y el desconcierto,

partícula de polvo extraviada

en la hojarasca de los nuevos tiempos…

 

 Por primera vez

 

Para completar su dicha,

le abrieron las cancelas,

la niña no es una niña,

hay que dejarla que crezca.

La novata amazona,

alegre, toma las riendas

para cruzar los campos

con flores de primavera.

El sol, como de costumbre,

viste de lentejuelas,

pero, para ella, el astro

trae centellas nuevas.

Cuando llegue la tarde

con el ramillete de sombras

y algún tímido lucero

se le arrodille a la luna,

sola, por primera vez,

Artemisa enamorada,

con el joven de sus desvelos,

saldrá a cazar quimeras.


Mientras pinta de rosa

sus labios, frente al espejo,

con el corazón contento,

sin inquietarse siquiera,

deja sus trajes de niña,

los lacitos, las tobilleras,

sus ositos de peluche

y las fiestas de matinée.

Ahora lleva el aroma

de las gardenias abiertas,

la castidad del capullo

el brillo de las estrellas,

una blusa floreada

que le prestó su hermana,

un par de tacones nuevos,

las ilusiones despiertas,

los zarcillos de esmeraldas

que, tanto, cuida su madre,

y la medallita de la Virgen,

que le obsequió su abuela.

 

Porque el amor es tan grande

que no le cabe en el pecho,

está pensando que no,

pero, deseando que sí.

En la lucha menguada,

entre pasión y conciencia,

se deslizan las caricias

por las cuestas del alma.

Con las ráfagas de viento

se va la voz de mamá

y viene la de una tía

con sus dejos de tristeza:

“La castidad no me valió

para no quedarme soltera”.

Por eso, poco le ayudan

el sonajero de los grillos,

la ronda de las luciérnagas

y el resplandor de la luna

para extinguir las llamas

que, beso a beso, la queman.

 

 A conciencia

 

No hizo falta un revólver

apuntándome la sien

o una soga de henequén

aprisionándome el cuello.

Como torero en la arena,

sin compasión, ni mesura,

te despojaste del capote

para propinarme la herida.

 

El estoque de tus palabras,

aquella noche desierta,

dio la estocada certera,

en el centro de mi Universo;

los poemas y las canciones,

las caricias y las promesas,

fueron granos de arena

esparcidos por el viento.

 

Mi corazón de mujer,

a pesar de lo inexperto,

sujetó su profundo dolor

detrás de la pena ajena;

no tenías por qué saber

que tras de mi falso orgullo,

destrozabas mi Universo

y me dejabas sin estrellas.

 

Hundida en la oquedad

de esas horas tan negras;

no creas que me embargó

algún sentimiento mezquino;

sólo siento en el alma

un resto de aquella tristeza

sí, por azar, te encuentro

en algún recuerdo perdido.

 

A conciencia te entregué,

desechando mis principios,

mi lecho de sábanas blancas

y las frutas de la inocencia;

cuando el amor es tan grande

y por los poros del alma brota

a una le da por fantasear

que el otro siente lo mismo.

  

A veces

 

Viento

Golondrina…

Nube…

Río…

Brizna…

Ocaso…

 

Cuando te miro y siento,

mundo,

a veces,

quisiera ser

o desaparecer...

 

 Victoria

 

Se puede llegar al fondo, quedar aplastada

como la hierba en el fango;

caer mil veces en las calzadas de la vida

y acabar con las rodillas del alma destrozadas;

cambiar el rumbo a tu antojo

y rodar por el abismo de tus equivocaciones;

sentir el corazón muerto

y preguntarte cómo puedes seguir respirando;

creer que no vales nada y que te esperan

las noches infinitas y los infiernos de Dante…

Sin embargo, con un pequeño rayo de luz

que ilumine tu esperanza, puedes emerger,

como una florecilla, entre las grietas del concreto,

y vencer.

 

 Alma desnuda

 

No es que me da por hurgar

entre los laberintos de la filosofía,

ni es el ocio de las horas que se hunden

bajo el haz de los crepúsculos;

son las mismas interrogantes

de una corta larga vida,

las que brotan cualquier tarde

o en el insomnio de una madrugada fría.

 

Queda menos para llegar a mi destino,

vasto y misterioso ha sido el recorrido,

me han azotado algunas fuertes lluvias

y he navegado bajo los cielos limpios;

en el núcleo del orbe que me circunda,

con las cosas sencillas que me gratifican,

me pregunto con qué ojos nos ve Dios,

cuando da su bendición o su castigo.

¿Acaso vale más la vida de unos,

frente a la de tantos desafortunados?

 

Fui andando por el rumbo de otros credos,

por sus libros sabios y consagrados;

en ese viaje fue mayor mi desconcierto,

no pude hallar la luz a mis conflictos.

Con la fe en la cuerda floja me pregunto,

sin querer blasfemar u ofender:

Si Dios desea un rebaño de corderos

con gríngolas que orienten su Palabra,

¿por qué dar a su imperfecta creación,

el raciocinio y el libre albedrío?

 

La historia es una larga procesión

de indolencias, injusticias y maldades;

ayer lanzaban humanos a los leones,

hoy los métodos son más sofisticados;

entre tantas ignominias y crueldades,

creo que a pocos Dios ha castigado.

Sí Jesús murió por acercarnos a Él,

¿por qué siento que más nos alejamos?

 

 Los poderosos, del pasado y del presente,

dueños de guerras, crímenes y ruinas,

mueren laureados, con medallas y honores,

sin pagar por las secuelas de sus actos;

entre tanto, muchos niños van perdiendo

la inocencia entre misiles y penurias,

rotos sus juegos, sus sueños, sus futuros,

cuando la vida aún no le han quitado.


Es sencillo endosarle al diablo 

las culpas de este mundo tan atroz, 

justificar el sufrimiento existencial 

con el karma de una vida anterior;

librarse de todos los pecados

con los rezos que ordena un confesor,

a sabiendas que a la vuelta de las horas

se caerá, de nuevo, en tentación.

 

Conformarse porque pronto será el día

de la batalla entre Dios y Lucifer

y alcanzar con la licencia de la Biblia,

las tierras prometidas del Edén.

Así vamos caminando por el mundo,

presumiendo ser dueños de la verdad,

sin preguntar si será una entelequia

la trayectoria hacia la eternidad.

 

No deseo ser como esos faros

que se han quedado sin farero y sin luz,

brizna extraviada a merced de las estrellas,

nave sin norte, golondrina sin sur;

sin embargo, al contemplar la realidad,

¿cómo puedo dejar de cuestionar?

 A ese Dios que parece nos observa

 y no ignora lo que arde en las conciencias,

¿cómo ocultarle el crisol de mis pesares

y las rebeldías de mis pensamientos?

 

No sé si encontraré mi propia luz

o si dispongo de tiempo para ello;

en medio de la fuente de los enigmas,

a la hora de mi última visión,

si acaso Él se encontrara a mi lado,

le confiaré mi confusa alma desnuda,

que decida si merezco, por mis dudas,

su clemencia y su santa bendición.


Careta

 

Dicen conocerte

porque te ven todos los días

con la prístina gentileza

de los espíritus sencillos.

 

Piensan que no sufres

los dolores del mundo

porque por tus labios

sólo manan sonrisas.

 

Creen que pueden confiar

en la bondad de tu alma

porque desconoces

diferencias y distinciones.

 

Detrás de esa careta,

eso muy pocos los saben,

las experiencias de la vida

te enseñaron a ser como eres.

  

 Reconciliación

 

Un solo gesto de cariño

y me hubiera liberado de la aflicción

que no acaba por irse.

Quiero reconciliarme

y no puedo.

¿Cuántos demonios se instalaron

en su alma de niño?

¿Quiénes masacraron su fe?

Él, extraviado en las dunas de su amargura,

no avistaba que yo,

confundida e invisible,

me desvivía por un gesto de cariño suyo.

 

Quiero creer que me quiso,

porque si las plantas resplandecían

bajo la tutela de sus manos

y los animalitos callejeros

conquistaban un espacio

en los enigmas de sus sentires,

yo, cuña de su tronco,

por derecho propio,

debía poseer, al menos,

un astilla de su insondable corazón.

Si me quiso,

¿por qué nunca se apartó de mi

esa sensación de desamparo?

 

Infancia con jardines

de tristes mariposas

y el deseo de un padre 

hecho a semejanza de los otros; 

aquellos que, como gorriones, 

abrían sus alas en el parque

o a la salida de la escuela,

para volar con sus hijos

hacia sus vidas de ensueño,

vidas que me colmaron el alma

de inofensiva envidia.

En la habitación, sumergida

en la laguna de los misterios nocturnos,

la danza de los monstruos,

muchas veces, no me dejó dormir.


En su claustro de caracol, 

se volvía inaccesible; 

a cambio de sus sonrisas, 

ofrendó sus huesos

para atravesar las mareas del destino.

Si aprendió a remendar

los agujeros de la subsistencia,

¿por qué no mi afligido corazón?

Así, sin acostumbrarme a su distancia,

acabé por cruzar, a tropezones,

los derroteros de mi suerte.

 

Una mañana de sol opaco,

lirio vencido, alma libre,       

se acabaron sus martirios

y comenzaron los míos:

¿Por qué no pude ser 

la  hija que debí?

No servían los lamentos.

¿Lo recibieron sus dioses?

¿Se encontró con sus ancestros?

¿Qué nos separaba?

¿Fuimos islas rodeadas

por las mareas de nuestros miedos?

 

El alma pide a gritos

que perdone… y me perdone.

Lo intento y, a ratos, lo consigo.

Pero, cuando aquella niña

que pedía un poco de su cariño

aparece, en contra de mis deseos,

me doy cuenta de que el dolor persiste

y que aún no logro

reconciliarme con él.

 

Celebrar la vida

 

Abro los ojos y siento la dulce sensación

de un paseo por  sueño hermoso;

la aurora extiende su mantilla

y los pájaros comienzan, con sus trinos,

a celebrar el nuevo día.


Hoy ignoraré, a voluntad,

el botón de las preocupaciones.

porque, al canto de los pájaros,

¡también deseo celebrar la vida!

¡Ah, qué clara está la mañana!

 

Tomaré la fruta con la mano

que se impregnará de la fragancia

que desprenden los limones frescos.

La sentiré que aromatiza,

como nunca lo había hecho.

 

El desayuno aguardará por otra hora,

me alejaré de la cafeína,

los carbohidratos y las albúminas;

mi apetito se rendirá a las delicias

de maná del cielo y de la esperanza.

 

Me asomaré al balcón,

como todos los días, pero…

¡El corazón me dice que hoy será distinto!

Le cantaré a los helechos

y bendeciré al árbol noble que murmura 

al paso sobrerano de la brisa.


Saldré con mi mascota,

yo, vuelta sonrisas, ella moviendo la cola,

y lanzaré al viento los “Buenos Días”,

aunque el vecino, no sé si hosco o triste,

por enésima vez, no responda.

 

Caminaré al ritmo de la alegría,

bajo la mirada franca del cielo,

entre el fragor de los autos y las vocerías.

Y sí a las nubes les da por arrojar,

casualmente, sus guirnaldas cristalinas,

bailaré, como niña, y cantaré con la lluvia.

 

Aquella dulce mirada

 

Una mirada les bastó

para enlazarles la vida

con un amor a medida

de los deseos de los dos;

cantando la misma canción

se fueron por el camino

con una copa de vino

y el alma llena de flores;

con el sol de los amores

dibujaron su destino.

 

Ella ofreció sus besos,

él, la dicha completa,

rebosaron sus maletas

de baladas y de versos;

convictos de amor confesos,

devoraron las estrellas,

las lejanas lentejuelas,

testigos de aquel cariño

que se dieron, como niños,

aquellas noches tan bellas.


Sometidos a la pasión, 

consumidos por las llamas, 

ella le confió el alma, 

él, su varonil corazón;

embriagados de ilusión,

jugosas, como cerezas,

se hicieron tantas promesas

que hasta el mismo futuro

les daba como seguro

una infinita querencia.

 

Pero, las cosas nunca son

como las quiere cualquiera,

quizás, en la primavera

se desmaye un girasol;

después de tanta emoción

y del amor con enredos,

aves de un mismo credo,

fueron a tocar la luna,

en la sombría laguna,

se les deshizo en los dedos.


Con los corazones unidos, 

por dos distintos senderos, 

debieron ver los luceros, 

cada uno en su nido.

El destino atrevido

fue arrastrando las hojas,

con una honda congoja

tuvieron que atravesar

las inmensidades del mar

y lo largo de las horas.

 

Ahora, cada mañana,

con la lluvia o con el sol,

ella, asomada al balcón,

él, viendo por la ventana,

ambos las vidas gastadas

y con una vieja emoción,

recuerdan aquella canción

que les dejó estampada

aquella dulce mirada

que les robó el corazón.

   

Lo es todo

 

Me da por deleitarme

con los aromas de la madrugada,

en la hora que se desplaza

al ritmo de la respiración

de los profundos durmientes.

 

Me deslizo entre las sombras,

como un fantasma sereno,

y me asomo a la ventana;

el alma se embriaga

con el sigilo de la calle desierta.

 

La sala huele a mí:

los libros en la biblioteca,

los discos, las fotos familiares,

los souvenirs de mis viajes…

Una vida plasmada en objetos.

 

¿Qué pasará con ellos?

¿Eso tiene importancia?

Medito sobre la levedad de la existencia

y la incertidumbre de mi tiempo…

Sin mirar atrás, me pregunto:

atesorar cosas, ¿lo es todo?

 

¡Como si no hubiera un pasado

tejido con el estambre de los años!

¡Un caudal de vivencias 

en el océano de los recuerdos! 

Me sumerjo en ellos...

 

Con la luz del nuevo día,

tomo un libro cualquiera y sonrío;

sentir que la travesía ha sido grata,

en contra de los pesares,

¡lo es todo!

 

 Libre albedrío

 

Azotada por las penas

que le ha arrojado la vida,

con las ilusiones marchitas

y la trenza de sus desventuras,

como un animalito vencido,

que no entiende su pecado,

va caminando la joven

sobre sus sueños de arena.

 

Sin auroras en sus días,

ni luceros en sus noches,

le parece que las nubes

ya no vestirán de luz y nácar,

si nunca más sus flores

encontrarán la luz del sol,

¿de qué le vale recoger

las hilachas de su suerte?

 

En el cielo la están mirando

y vigilan sus pensamientos;

saben que, por poquito,

ella se libra de sus tormentos.

¿De qué sirve el libre albedrío,

sí pende sobre las almas

la aterradora promesa

de las llamas del infierno?

 

Tal vez, no era el momento,

quizás, lo sea mañana,

o puede que la fortuna

la lleve por otros senderos;

si los hados del sufrimiento

siguen desgarrándole el alma,

hará uso de su albedrío

y se echará a volar.


Como solíamos hacer

 

Llevo tu corazón conmigo

(lo llevo en mi corazón)

nunca estoy sin él…

Edward Estlin Cummings

 

Pensar en ti es una bendición

porque me hace sentirte cerca.

Entre los amores francos, ¿sabes?,

se desvanecen tiempos y distancias.

 

De tanto pensarte,

te sueño con frecuencia;

es el único modo de disfrutar

de tu perenne sonrisa

y tu vocecita de niña buena.

 

Te veo jugar con tus cabellos,

como acostumbrabas hacerlo,

y corro a abrazarte;

despierto y el deseo

se extravía en la Nada.


Con u habitual travesura, 

tomaste mi boleto y te fuiste, 

a sabiendas que era yo, 

privilegio de hermana mayor,

quien debía ir por la estrella.

 

Con el favor de los días,

he aprendido a vivir con eso;

en vez de dolor y lágrimas,

sonrío por nuestras vidas juntas,

frente al sol de los recuerdos.

 

Cada noche es una despedida

porque debo atravesar

los senderos ineludibles del sueño;

despedidas de poco tiempo

y promesas de reencuentro.

 

Cuando llegue el momento

y nos volvamos a encontrar,

nos pondremos al día,

reiremos, hasta las lágrimas,

y pasearemos a nuestras mascotas,

como solíamos hacer.

 

 Aunque ahora no me quieras

 

¿Qué sucede, amor mío?

¿Por qué te quedas callado?

Aunque ahora no me quieras,

siento que me has amado.

Si, al final, fue una quimera

y las flores se marchitaron…

Volverá la primavera

a los jardines de nardos.

 

Yo iré con sonrisas nuevas,

estrenando los zapatos,

habrá otro que me quiera

con el haz de mis pecados,

con parches en el alma rota

y el corazón despedazado,

con mis canciones viejas

y mis labios degastados.

 

Porque los usamos a la buena

y usados han quedado,

no significa que no pueda

besar como en el pasado.

Y si él no comprendiera

que otras veces he amado,

me cambiaré de ruleta

y lanzaré otra vez los dados.

 

Puedes quedarte tranquilo,

no le temo a los hados,

a la vuelta de la esquina

el amor me estará esperando.

Aunque ahora no me quieras

y me hayas olvidado,

no será la vez primera

que yo busque otros brazos.

  

El ronco murmullo de los árboles

 

Despertar sobre la almohada

al estallar la alborada,

con la conciencia de un niño

y los pensamientos serenos,

luego de un sueño extraño,

ingrato o placentero,

o de una noche de insomnio

moteada de viejas memorias.

 

Antes, pasaste las horas

escribiendo unos versos;

entre las frases hermanas

de tu libro de cabecera;

escuchando a Debussy,

a Barry White o Alí Primera;

o con la mirada ausente

frente a una película cualquiera.

 

Recibes la mañana

con sabor a promesa nueva,

y con tus largas utopías,

reorganizas tus ideas;

te volteas en la cama

para besar a tu pareja

o la mascota que, hace ratos,

pide salir afuera. 

 

Caminas por la calle

y sorbes el maná del aire;

se te antoja que los pájaros

ofrendan trinos nuevos;

en la placidez de un parque,

con el ronco murmullo de los árboles,

abres los brazos para agradecer

por la fortuna de otro día...