lunes, 6 de diciembre de 2021

Un ramo de flores


 

Entré a la charcutería y un ramo de flores llamó mi atención. Aunque modesto, relumbraba frente a la vitrina de jamones, quesos y salchichas. En un instante, llegó la París primaveral de mi juventud. Tenía yo un novio poeta que soñaba con ir a la ciudad del amor. Impulsada por el vigor de la década de los setenta y con un morral lleno de ilusiones, me fui con él a recoger versos en aquellas tierras. En un cuartito de tercera, entre vino, flores y poemas, ¡fuimos tan felices! ¿Dónde había quedado aquella primavera? ¿En un mundo paralelo? Ahora estaba en la placidez de mis recuerdos.   

No podía apartar mi mirada de aquellos nardos. El hombre que sostenía el ramo, como una pieza de cristal, sonrió y dijo:

—Es para mi esposa; estamos cumpliendo cuarenta años de matrimonio. Espero que sean muchos más.

—Seguro que le va a encantar —contesté, también, con una sonrisa.

Era un señor pulcro, delgado y de cabellos blancos. Su ropa había sido víctima de infinitas lavadas, y sus zapatos, compañeros de largos caminos. Esa circunstancia me hizo valorar el gesto hacia su esposa. Según mis elucubraciones, había estirado el bolsillo para demostrarle, una vez más, que el tiempo no era excusa para acabar con el romanticismo. ¿Vestigios de una generación que se despedía?

Le tocó el turno para ser atendido. Sumergida entre precios y marcas, dejé de reparar en él, hasta que escuché su voz:

—¡Tanto! Deje ver si me alcanza.

Contó el dinero y, con la vergüenza en el rostro, no le quedó más que argumentar:

—¡Estos precios no se cansan de subir! Creo que no llevaré todo.

Comenzó a evaluar lo que más necesitaba. No pude con la escena y, buscando las palabras para no ofenderlo con mi ofrecimiento, dije:

—No devuelva nada; yo me encargo de la diferencia.

—¡¿Cómo se le ocurre?! Después, puedo volver por el resto.

No me importó si era verdad o no. Sólo quería ser solidaria en una situación imprevista.

—Tómelo como una muestra del buen momento que me ha hecho disfrutar con sus flores.

Supo ver mis buenas intenciones. Salió de la charcutería, con una mirada de agradecimiento pocas veces vista en mi prolongada existencia. El mundo era eso: un compendio de circunstancias, iluminado por pequeños detalles que podían ayudar a atravesar la vida. Estaba por comenzar a hacer mis compras, cuando escuché los gritos de alarma. ¿Muerte súbita? Sentí pena por su esposa. Las flores sobre el pavimento se convirtieron en testigos del sueño roto de un buen hombre. 

Olga Cortez Barbera

  

Pixabay: Foto gratis

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