Se me ocurre que, al final, los rieles
del tiempo nos llevan al orbe de los recuerdos, quizás, para volvernos a los
momentos importantes, anecdóticos o, simplemente, para ayudarnos a suplir el
hastío de nuestras horas ociosas. En esa caravana de imágenes, suspiramos,
reímos o soltamos alguna lágrima. No entristecemos, sino que damos gracias a
los cielos por habernos permitido vivir la vida de esa manera y no de
otra.
Los recuerdos vienen con la brisa, en
una tarde gris o mezclados en un aroma; nos transportan a eventos remotos,
extraviados en el andamiaje existencial. En general, no los escogemos; llegan
de imprevistos. Pero hay los que persistimos en traer. Como sea, no es extraño
que experimentemos las mismas sensaciones de entonces, y puede que
nos preguntemos “qué hubiera pasado si…”
Soy melómana, por lo que he gastado
gran parte de mi tiempo e ingresos en coleccionar música de todos los géneros,
con la idea de que, cuando llegara a mi remanso, disfrutar escuchando las
melodías que marcaron huellas en mí, o aquellas que me proporcionaran el estado
anímico de la paz. Ya estoy en mi remanso. Ayer me dio por tomar un CD al azar:
Sorry Suzanne, The Holllies. Lo coloqué en el equipo y afloró la canción:
I can't make it if you leave me
I'm sorry Suzanne
believe me
I was wrong
I was wrong
and I knew
I was all along
I was all along
forgive me…
Finales de las década de los sesenta.
Yo, con mis dieciséis y los prejuicios de mis padres a cuestas, próximo a
terminar el cuarto año de Bachillerato y a cumplir mi deseo secreto. Él me
besaría. Me lo dijo a la entrada del Liceo:
-Hoy no te escapas; después del examen,
te robo un beso.
Guillermo Azuaje… Era, a mis ojos, el
joven más apuesto de todo el Instituto, aunque mis compañeras opinaran
diferente. Bien lo decía el refrán: Para gustos y colores… Lo cierto es que,
apenas entró al salón, me sentí atraída por la profusa cabellera, los ojos
grandes y su evidente timidez, propia del estudiante nuevo, recién llegado del
interior del país. Tal vez, fue el rasgo que nos unió porque, con él, pude
compartir la mía. Pronto, buscábamos motivos para andar juntos, para estudiar,
hablar o guardar silencio, en la biblioteca, en los jardines, o en nuestras
casas.
Con unos versos escritos, me pidió que
fuera su novia. Mi corazón aprendió a bailar a otro ritmo: cuando sabía que nos
encontraríamos, me tomaba de la mano o trataba de darme un beso. Temblando, con
emociones desconocidas y atada a los consejos maternos, yo le rechazaba:
-Todavía no; mira que vas muy rápido.
Él, respetuoso y sonriente, me guiñaba
un ojo y respondía:
-Será cuando tú lo desees.
En mi habitación, me enojaba conmigo
misma. ¡Un beso, cuánto pecado podía encerrar ese acto de amor! Pronto se me
pasaba. Haciendo eco de los consejos de mi madre, acababa por aceptar que mi
actitud era la correcta, “porque los muchachos, después de que consiguen lo que
quieren, se alejan”. Eso no evitaba que, en secreto, yo soñara con los labios
de Guillermo, imaginándome protagonista de las miles de escenas románticas que
yo veía en el cine y la televisión.
Las clases estaban por terminar y el
beso me perseguía a todas partes, tanto despierta como dormida. Él, tal vez por
su misma timidez, no osaba dar un paso más. Casi vuelta loca, deseando que me
besara, no terminaba de rebasar las fronteras de mi vergüenza. Frente a la
proximidad de las vacaciones y la decisión de los padres de mi novio de
pasarlas en otro país, decidí que, aun terminara asada en las hogueras del
infierno por pecadora, si él me lo pedía, yo aceptaría que nos hundiéramos en
nuestro deseo.
Salí del examen, eufórica y nerviosa,
por lo bien de mis resultados y por la promesa de Guillermo. A través de la
ventanilla, yo podía observar su preocupación. Miraba y miraba la hoja, sin
escribir, concentrado en la búsqueda de las respuestas requeridas. Pasaban los
minutos, mientras crecía su impotencia, hasta que entendió que quedarse sentado más
tiempo en el pupitre, no le resolvería el problema. Me sentí triste.
Esperamos, como sugirió el profesor; revisaría
los exámenes y entregaría las notas de una vez. Guillermo no pasó, por lo que
el beso fue arrollado por el pesar. Él se fue con sus padres para no volver. En
corto tiempo, superé mi primera decepción amorosa. Luego, sí, recibí el primer
beso, bastante pensado y, también, bastante equivocado. Después, miles de
ellos, amorosos, tiernos, apasionados, hasta algunos fríos e indeseados, esos de
los que nunca pudiste explicarte por qué, pero que también forman parte del
acervo de las experiencias. Ayer, entre las palabras en inglés de los Hollies, me
pareció escuchar la voz de Guillermo, diciéndome con su mirada de pasión
juvenil contenida, Hoy no te escapas; después del examen te robo un
beso, y me pregunté si no me perdí el mejor de ellos.
Olga Cortez Barbera
Imagen: es.pinterest.com
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