Nos
quedamos solos. Sucede cuando los hijos ya no están. Sobre todo, si fueron a
sembrar sueños en tierras ajenas. Nos quedamos solos, pendientes del teléfono o
de la tonada del Skype, recurso de comunicación que nos enseñó a manejar nuestra
hija, antes de partir, y que nos da una extraña sensación de cercanía.
Nosotros, con el tiempo laso que aparece con la ausencia, debíamos esperar a
que ella hiciera espacio entre sus responsabilidades para contarnos cómo le iba
por allá. Cuando hablábamos, transcurrían los minutos tan veloces… La vida se
nos pasaba frente al televisor y estirando una jubilación cobrada a destiempo, como
si fueras responsable de los baches de la economía nacional. Sin embargo, con las
contrariedades domésticas, el rumor de la soledad campeando en las
habitaciones, al final de la jornada, entre sábanas y costumbres y tus
silencios, yo me asía a la seguridad de tus respiraciones profundas y a la
esperanza de verte despertar. Pero los designios se imponen y, una mañana, al
traer a la cama tu taza de café, vi que yacías como un lirio vencido.
Se
llenó de vacío mi alma; comprendí que el desierto interno puede jactarse de ofrecer
mayores dimensiones. El juego de cartas, las llaves, las pantuflas gastadas reforzaban
la necesidad de tenerte. El consuelo de los amigos sólo lograba reforzar mi
rebeldía. Resignación y sapiencia de Dios no tenían sentido. Entonces, como el
oleaje suave, se fueron acercando la calma y la sensatez. No era Dios el
ejecutor, si no un ciclo de vida que terminó antes que el mío. Me dio por
organizar tus cosas, revisar álbumes, escuchar nuestra música y hacer recuentos
de lo que vivimos, no de los pesares y diferencias que, ¡vamos!, de muchas
maneras, nos hicieron lo que fuimos. Sino de las cosas buenas, los momentos
maravillosos que compartimos. El matrimonio en la playa y tu promesa a orillas
del mar de estar siempre conmigo. ¿Recuerdas el primer auto, comprado a medio
uso? Como dos novios, corrimos a probarlo en aquellas pendientes montañosas,
con la intención de quedarnos en un hotelito; para asombro mutuo, nos dejó a mitad de la vía.
¿Y la cuna con nuestra hija, y las noches hilando futuros? ¿Las canas y las
arrugas que contamos de tiempo en tiempo? ¡Qué pronto nuestros cuerpos ya no
fueron los mismos! Innumerables detalles que ataron nuestros destinos.
Ahora
estoy aquí, llegando al final, convencida de la fortuna que siempre me acompañó. No sé si pasa con todos, pero hoy no me siento sola. Es vívida tu
presencia, escucho cerca tu voz y percibo el olor de tu piel. Somos tú y yo,
como fuimos al principio, irreverentes y utópicos; o como luego, amantes y buenos
amigos, formales y responsables, maduros y comprensivos…
Se
aleja el sol de la ventana. Respiro un momento de paz y de reflexión. Nunca te
fuiste. Y siempre supe que, después de todas las cosas, seguiríamos juntos el
mismo camino.
Olga Cortez Barbera
Imagen: todofondos.com
Hermosísimo Olga, como todo lo que nos regalas con tus escritos. Te felicito.
ResponderEliminarMartha Ferrari
Muchas gracias, amiga. Es muy valioso tu comentario.
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