Bien, mi querida Luna, súbete al sofá.
Quédate tranquila. Deja de mirar hacia los lados, mover la cola o rascarte las
orejas. Acomoda tu tibio cuerpo, extiende las patas delanteras y coloca la
trompa sobre ellas. ¿Quieres saber por qué llevas ese nombre? Presta atención.
Era una vez un hombre que fue a la luna… Era una vez un astronauta.
Cuando aquel memorable día el
astronauta puso los pies sobre la superficie lunar, se convirtió en el primer
hombre en hacerlo. Eso sin considerar a los seres humanos que se
dice “viven en la luna”, y que la historia no los toma en cuenta. Se dice que,
además de los cráteres, el famoso astronauta encontró centenares de perritos
que habitaban allí desde tiempos remotos.
Por ellos se enteró de que la luna y el
sol vivieron hace millones de años en este planeta. En los archivos reposa una
leyenda nigeriana que así lo confirma. Según ésta, la redonda pareja se casó y
construyó una hermosa casa en tierra seca. Ellos invitaron a su gran amigo
Océano que, al entrar, comenzó a inundar todas las habitaciones con sus amplias
lengüetadas. A ellos les dio vergüenza pedirle que se fuera, pero como no querían
mojarse, decidieron ir subiendo en la medida en que las aguas crecían.
Fue así cómo el sol y la luna se mudaron
al cielo para siempre. Y aunque se turnan para observarnos con curiosidad,
nunca más visitaron la Tierra
desde entonces. Sin embargo, la luna muere de nostalgia porque no puede
regresar al sitio más bonito que existe dentro de la Vía Láctea.
Parece que, cuando vivió aquí, la luna
era muy feliz y siempre andaba lozana y esférica. Creía que podía dar a luz en
cualquier momento. Su sueño era tener un montón de lunitas. Nunca pudo. Ya en
el cielo, comenzó a mostrar sus cambios de humor a través de las diferentes
fases que le conocemos y con su influencia sobre el movimiento de las olas.
Una noche, hastiada de tanta
inmensidad, se puso a escuchar los pensamientos humanos. Así se enteró de que
la humanidad necesitaba compartir la vida con compañeros leales, discretos y
totalmente incondicionales. Entonces la luna, que no podía parir lunitas, pensó
que un sueño se podía alcanzar de diferentes maneras. ¿Por qué no ayudar?
Se citó con el Sol y se encontraron al
atardecer, a esa hora gris en que las aves regresan a sus nidos y en que los
dos se miran sin poder tocarse, pero que les permite hablar con tranquilidad.
El ardiente astro, que entendió lo que pretendía hacer su esposa, le dijo:
-Espera a que llegue la luz del nuevo
día y toma otra forma. Ve hasta el reino animal, que allí encontrarás lo que
deseas.
Convertida en un espíritu bondadoso de
los bosques, recorrió montañas, estepas y praderas. Así se enteró de que todas
las especies querían acercarse a los humanos, pero la mayoría no se atrevía. Comentaban
que les daba un poco de temor, pero la luna les dijo que utilizaran sus encantos
para ganarse los corazones infantiles, que hasta los adultos llevaban dentro.
Los pájaros, los gatos y los caballos
comenzaron a practicar. Los bosques se llenaron de trinos, maullidos y
relinchos. Los perros abandonaron sus guaridas para acercarse poco a poco a las
hogueras, donde los cazadores se protegían del frío. Muy pronto hombres, niños
y mujeres se rendían a su belleza y comenzaban a llevarlos a sus casas.
La luna, convertida en espíritu, siguió
explorando entre los frondosos árboles, hasta que tropezó con una pareja de perritos
orejudos que jugaba con la semilla de un melocotón. Después de escuchar lo que
ella deseaba, decidieron acompañarla. En la noche, cuando el reino animal
dormía, la luna tomó su verdadera forma y se llevó a la pareja. Unos conejos,
que querían corretear con sus amigos en las praderas lunares, se fueron detrás
de ellos, pero como polizontes, es decir, escondidos.
Desde entonces la luna, en vez de
lunitas, ve nacer cachorros tiernos y orejones. Allá reciben lecciones de
nobleza y fidelidad. Cuando una mascota llega a su nueva casa, es porque ha
bajado a la Tierra
cabalgando sobre la punta de una estrella. Sabe que su tarea es convertirse en
el mejor amigo de los niños... Y de los adultos también.
La luna es romántica y traviesa. Y a
veces susurra su nombre al viento para que éste lo lleve hasta la mente de los
seres humanos. Así es como llega su nombre a tantas mascotas. Así, querida orejona,
vino tu nombre. Así la luna cumple su sueño: dejar su huella en el inolvidable
planeta.
Cuentan que al astronauta le hicieron
muchas entrevistas cuando regresó del largo viaje. Dijo que era otro hombre:
por la experiencia de haber caminado sobre la superficie del distante satélite,
y por haber visto la cantidad de basset hound que se preparaba para viajar a la
tierra.
Te voy a contar un secreto, espero que
no lo divulgues. Dicen que tu tatarabuela, traviesa y aventurera, se vino
escondida en un bolsillo del traje espacial.
Olga Cortez Barbera
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