Mi madre bella
Se volvió ritual…, desde hace
mucho tiempo. Una noche, después de su hacer doméstico, se asomó a la puerta de
mi habitación para preguntarme: ¿Vemos juntas
la novela? Yo acepté, sintiendo que aquella “concesión” de mi parte me
apartaba de mis momentos de escribir o de mi culto a las series detectivescas,
los programas de moda, salud u opinión. Era incómodo separarme de mis
costumbres: llegar a casa, ir al gimnasio o pasar un par de horas con mi
compañero sentimental. Luego, ponerme cómoda y encender la computadora o la
televisión. Pero, por ese sentimiento que nos lleva a hacer cosas que ya no
queremos, retomé el camino de las tramas novelescas. Desde entonces, mi madre termina sus labores en la cocina, ronda por las otras habitaciones, hasta que deja
para mí los sesenta minutos antes de irse a dormir. Entonces, se acuesta a mi
lado y acomoda la almohada para compartir, más que los contubernios escabrosos
de la novela de turno, el tiempo precioso que se le escapa, con la mayor de sus
hijos.
Con los personajes, ríe y sufre,
se sorprende y se indigna. A su lado, voy sintiendo lo mismo. En los
comerciales, hablamos de las novedades del día y de los eventos familiares.
Otras veces, hacemos chistes y nos tomamos el pelo. Como cuando, al hilo del
melodrama que vemos, y de lo diferente que somos físicamente, le pregunto: “Mamá, ¿cuándo me dirás la verdad? ¿Quién es
mi madre?” Y ella responde: “Ah, no
seas zoqueta”. Termina la novela y, cuando el peso de la edad se lo
permite, me acompaña otro rato. Pero cuando la obstinación de los párpados no
le deja mirar la pantalla, se levanta de la cama, me da un beso y me “echa la
bendición”. Puedo dormir tranquila. No le temo a la oscuridad porque me siento
bendita. Y mientras me alcanza el sueño, medito unos instantes y concluyo que,
entre novela y novela, se nos está yendo la vida.
Ayer sucedió algo diferente. Las
patrañas de ficción, no tan ajenas a la realidad, me fastidiaban, por lo
que opté por jugar Candy Crush en el Ipad, que hace tiempo dejó de ser mío para
ser de ella: “Enséñame cómo se maneja.
Quiero ver las fotos de mis nietos en Facebook y mandarles mensajes”.
Porque mi madre no se quedó en el pasado. Traspasó la frontera de su generación
para ser lo que es hoy: una mujer actual, al tanto de lo que sucede en la
sociedad, la ciencia, la tecnología, en el mundo. Si no, que lo digan sus jeans
y su afán por dejar atrás los prejuicios de su época. Así pudo entender a cada
uno de sus hijos. Así aceptó mis deseos de libertad y mi estilo de vida, ajenos
a sus principios, para convertirse en la más grande de mis amigas. Y por esa
amistad pude sobrevivir a las peores circunstancias.
En Universal Studios
Cansada de jugar, y terminando
la novela, entré a Youtube y busqué una canción. La voz de María Luisa Landín se
apropió del cuarto: “Adivina, mamá, ¿cuál
es esta canción?”, “Amor perdido-contestó,
entre un profundo suspiro y añadiendo-,
¡cuántos recuerdos!” Cuando terminó, quiso que le pusiera No es Venganza,
de Carmen Delia Dipini, Momposina, de Nelson Pinedo. Luego, las peticiones
abarcaron a El Trío San Juan, Leo Marini y otros más; mientras, las melodías me
transportaban al valle de la niñez, cuando mis padres eran jóvenes y ella luchaba
por encontrar la lucerna de la felicidad. Sus recuerdos y los míos iban en
paralelo. Yo rememoraba la vida nuestra, en familia. Ella, seguramente, lo
remoto de una juventud llena de ilusiones y romanticismo. Y, quizás, se
preguntaba por enésima vez si su existencia pudo haber sido distinta a la
dureza e incomprensión que le tocó atravesar.
Viéndola
así, nostálgica y pensativa, percibí nuevamente su fragilidad. Pero detrás de
esa fragilidad, sensible y generosa, brota perenne una orquídea de titanio para quien lo sepa ver. Esa mujer
que me hizo, y que me hace a cada momento, es el ángel que nos envió Dios, a
mis hermanos y a mí, para iluminar nuestros días. Es el lecho del río de
nuestros aciertos y fracasos, donde se asientan los rescoldos de nuestras
alegrías y tristezas. Su vida se centró en ocultar sus frustraciones y vernos
crecer, tropezar y aprender. Nosotros, egoístas sin pretenderlo, nos dedicamos
a vivir, en tanto ella sustituía sus ilusiones fallidas por nuestros logros. Ahora
que la madurez y los vientos, que se debilitan paulatinamente, se ciernen sobre
nosotros, deseamos que disfrute lo más que se pueda y esté en nuestras manos.
En Las Vegas
Estaba
allí, sumida en sus nostalgias. Y yo la veía y me veía, más allá de lo
corpóreo. Y ella era árbol y, yo, una de sus ramas que, por más torcida e
imperfecta, no dejaba de ser el mismo árbol. Comprendí que existían diferencias
entre nosotras, pero que, definitivamente, eran más las semejanzas: el alma, la
sangre. Dos mujeres unidas por los designios divinos, cruzando el último tramo.
Sólo Dios sabe quién llegará primero al final. A cierta edad, parece que todo se unifica. La sensibilidad y
el entendimiento de lo que nos rodea, es mayor. Una canción nos vuelve al
pasado, de la misma manera. Ella podía hacerlo con “Sin ti”, interpretada por Los
Panchos. Yo, con “Samba pa´ti”, de Santana. En esos instantes únicos pude
comprender a papá, cuando aún rondaba por este planeta y ponía sus long plays,
dejando viajar la mirada hacia sus ayeres remotos, sin intentar comprender que,
a su lado, mamá entristecía por no conocer su destino.
En sus 80 años, con sus hijos, a excepción del Chelito,
que vive en el extranjero.
La
noche se acortaba y había qué descansar. “Bueno
hija, ya me voy a dormir”. Me bendijo, como es usual, y se fue a su cuarto.
Yo me quedé deseando poder volver el tiempo atrás, para compartirlo de nuevo
con ella, pero de otra manera. Atendiéndola y cuidándola más, para editar su
historia y sembrar de realidades hermosas sus encrucijadas y sus sendas… Eso no es
posible. Como nunca, la valoré. Por su constancia y su abnegación, por haber
sabido mantener unida a su familia, a pesar de las adversidades. Por haberme
permitido ser el ave peregrina, en comunión con la vida que eligí. Por ser la
madre infinita y amorosa que nunca se rindió. No sé cuántas novelas más veremos
juntas. Ni si serán buenas o malas. Lo que sí es que, de ahora en adelante, la
hora de la novela despedirá un aroma distinto.
Olga Cortez Barbera
Hermoso, Olga. ¡Una verdadera bendición poder aún mimarla, abrazarla, tenerla a tu lado! Que sean muchas las novelas que compartan.
ResponderEliminarQue los ángeles digan amén, amiga. Gracias.
ResponderEliminarQuerida tía, me has hecho llorar. Que hermosa manera de poner en palabras lo verdaderamente especial que es mi abuela adorada.
ResponderEliminarMe hiciste recordar cómo pasaron mis días al lado de la mujer más paciente, cariñosa, tierna, comprensiva, humilde, optimista y dueña del espíritu más bondadoso sobre la tierra. Evoqué su olor, sus dulces manos, su cuerpo alcolchadito, su carita perfecta… ¡Cómo la amo!.
Gracias tía adorada por llenarme la mente de imágenes de mi abuela junto a ti, disfrutando de este hermoso ritual, que me acompañarán en ésta, mi primera navidad lejos de todos ustedes…
Mi amor eterno para ti, querida sobrina. Gracias por tus sentidas palabras.
ResponderEliminarMUY BELLAS PALABRAS PARA QUIEN SE MERECE TODO EN LA VIDA, NOS EMOCIONO MUCHO TU INSPIRACION, LA MUSICA ES PORTAL PARA LAS REMEMBRANZAS DE LA VIDA. FELIZ NAVIDAD AMIGA EN UNION DE TODOS. SE LES QUIERE GIGANTE Y SIEMPRE HE PENSADO QUE LA MUSICA ES UN PORTAL PARA QUE FLOTEN LOS RECUERDOS BONITOS DE LA VIDA Y ES EL COMPARTIR CON LOS NUESTROS EN EL TUNEL DEL TIEMPO CON MUCHO AMOR Y CONSIDERO UN SECRETO DE LA VIDA ES ESE DE COMPARTIR . DIOS LOS BENDIGA ELIO Y YOLANDA
ResponderEliminarQueridos amigos, muchas gracias. ¿Quienes más que ustedes para hablar sobre la importancia de la música en nuestras vidas? ¿Cuándo rememoramos de nuevo? Los Impala, Los 007, Las cuatro monedas, Los Darts, Frank Quintero, Rudy Marquez, Tom Jones, Engelbert Humperdinck, Diana Ross y las Supremas, Gladys Knight, Guess Who, Areta Franklin, Bee Gees, Los Beatles, Los Rolling Stones, Dionne Warwick, Sangre, Sudor y Lágrimas, Santana, El Festival de San Remo y sus cantantes italianos... Mejor lo dejo aquí. Cuando vuelvan, me quedo en su casa, o ustedes en la mía, como solemos hacerlo. Un beso
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