domingo, 4 de agosto de 2013

POSIBLE



Imagen: es.123rf.com

            En el universo todo era posible. Por eso, el cuento de Kafka, el escritor checo, no lo dejaba dormir. La metamorfosis experimentada por Gregorio Samsa podía sucederle a él también y encontrarse con que, al despertar, ya no fuera el mismo, si no alguien enclaustrado en la membrana de cualquier insecto. Con la luna amarillenta acompañando su desvelo, él meditaba sobre ciertas cosas: una crisálida se transformaba en mariposa, una larva en renacuajo y una criatura en adulto. Todo obedecía a un proceso natural y, una vez alcanzado el fin, ya no era viable imaginar que ellas pudieran convertirse en dinosaurio, unicornio o calabaza. Si sabía que eso era así, la mutación de un mamífero a insecto no resultaba más que una alocada fantasía. Entonces, ¿por qué no podía dormir? Tal vez porque las voces de los libros que leía le manifestaban que sucesos que anteriormente se consideraron absurdos, en la actualidad se convertían en realidades irrefutables. Descubrimientos que superaban, según entendía, hasta los límites de la ficción. La vida misma, con su sinfonía de contradicciones, eventualmente sumergida entre el limbo y la utopía, ¿qué tanto era verdad y qué tanto ilusión? Entre lo absoluto y lo relativo, él se desenvolvía en el ámbito propio de la juventud. Sin embargo, a veces le parecía que su propia vida flotaba entre el mito y la realidad.   
            Su mayor pasión era la lectura. Y por tal virtud, ahora comprendía que más allá del propio entorno se explayaba un horizonte mayor al enseñado por los maestros. A pesar de sus pocos años, había leído libros de todo tipo: literatura pagana y religiosa; lo de aquí y lo del más allá. Lo mitológico, la cábala y la poesía ocupaban un lugar privilegiado en sus lecturas. Inquiría sobre la historia de la creación, la humanidad, el origen de las especies, la teoría de la relatividad, los agujeros negros; temas que exacerbaban la imaginación y le convencían de que todo era posible, como en ese momento, que luchaba para no rendirse al sueño y no despertar hecho presa de su temor.
           Sucedía que parte de la disciplina deportiva del internado consistía en escalar las altas montañas. Por eso, el día anterior, después del largo entrenamiento físico, él y sus compañeros llegaron extenuados. Cenaron y todos se fueron a dormir, menos él, que prefirió ir a la biblioteca. Cansado de hurgar entre los estantes, escogió un libro al azar y regresó a la habitación. Los compañeros dormían bajo el peso del silencio. La luna, que en esa parte del mundo era más brillante y fantástica, le permitía leer sin molestar a nadie. Rápidamente se dejó atrapar por la historia de Samsa. Al terminar, meditó sobre lo que había leído, dejándose abrumar por las extrañas cavilaciones; luego, no pudo cerrar los ojos. Al amanecer, no le sorprendió que el desvelo le consumiera las energías, dificultándole el acostumbrado ascenso matutino. Durante el día, le vieron pensativo y disperso.
Llegada la noche, se acostó temprano, sólo para dar vueltas en la cama sin conciliar el sueño. Así estuvo hasta que el cansancio lo venció.  Lo abrazó un sueño profundo, sin poder evitar deslizarse hacia una pesadilla. Allí, se sentía abrumado por el agotamiento, pero como en la realidad, también se negaba a dormir. El esfuerzo era insoportable. Mientras más sueño, mayor era la resistencia. Pero al sueño no hay quien lo doblegue. Los párpados traidores se rindieron. Cuando despertó, en la misma pesadilla, pudo apreciar, aplastado por el pánico, que su estampa de gladiador estaba encajonada dentro de la cáscara de un crustáceo. El sobresalto fue tan fuerte, que se cayó de la cama. Se paró y fue al espejo. El resoplido eliminó su angustia. Era el joven atlético de siempre.  En la habitación todo estaba en orden. Caminó hacia la ventana. Amanecía. ¡Qué hermosos los destellos de cuarzo de las montañas! Sus compañeros iban a buen trote. “Debo alcanzarlos”, pensó. Como de costumbre, los centauros subirían por las laderas del Olimpo.


Olga Cortez Barbera

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