Imagen de: pudahuel.cl
Nada especial es que me asome a la ventana esta noche de luna
llena. En la penumbra de la habitación puedo ver las bibliotecas
atestadas y los recuerdos de mis expediciones a través de los glaciares del sur
y los confines boreales del norte, por los senderos del viejo mundo y por las
encrucijadas del oriente. Me acompañaron el desparpajo del libre pensamiento y una
inescrupulosa voluntad, que no limitaron rodearme de los círculos más selectos.
Pero, ¿de qué me sirvieron la sabiduría de los libros y el contacto con las
mujeres más hermosas del planeta si, con los años, que ya no me caben en el
cuerpo, sigo siendo un solitario? Probé el almíbar de tantas féminas, sin
importarme el daño que les causaba, hasta que sentí el vacío helado que ardía
en mis entrañas y sofocaba mis instintos. Por un repentino prurito, quise
cambiar mis felonías por las virtudes de esos seres anónimos que han conocido
la felicidad. Entonces, apareció ella y supe lo que era amar por las buenas.
Pero ni las flores, ni mi romanticismo despierto bajo el sol de primavera
pudieron conmoverla. Al contrario, persistía en su desdén, a sabiendas de que
me arrancaba el corazón con su indiferencia. Así, sintiendo esa masa palpitante
yerta, supuse que moriría. Me equivoqué. Ahora, presa de resignación y de mi
inexorable naturaleza, no es para nada especial que salga a la calle y me
oculte entre las sombras. Que aúlle a la luz de la luna y espere, impaciente y
con las fauces sedientas de sangre, el paso de mi próxima víctima.
Olga Cortez Barbera
Amiga, me encantó el giro final, un abrazo.
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